Last Updated on febrero 11, 2025 by Elizabeth Minda-Aluisa
Presente – Pasado – Futuro
Imagina que el pasado es como un gran baúl lleno de historias asombrosas y secretos esperando a ser descubiertos. Cada vez que abrimos ese baúl, aprendemos algo nuevo que nos ayuda a entender el mundo un poquito mejor.
El pasado y el futuro son como dos amigos inseparables: uno nos cuenta sus experiencias y el otro nos invita a soñar. Juntos, crean una línea de aprendizaje que nos guía para inventar, descubrir y seguir creciendo.
¿Quieres conocer una de esas historias que viajan desde el pasado hasta el futuro? yo vengo de un tiempo pasado, pero mi historia viaja hacia el futuro. ¿Sabes qué es lo más emocionante del conocimiento? Que nunca se queda quieto. Yo descubrí algo muy importante hace muchos años, algo que cambió la vida de muchas personas.
Lo que aprendí ayudó a muchas personas. El pasado, de donde yo vengo, está lleno de ideas brillantes que nos enseñan cosas increíbles, y el futuro, donde tú estás, es un lugar lleno de posibilidades.
Deben ustedes saber que detrás de muuuuchos descubrimientos hay grandiosas mujeres y en esta ocasión les contaré la historia de una de ellas, pues a diferencia de algunos que piensan que las historias no pueden cambiar el mundo, yo pienso que es todo lo contrario.
Antes de comenzar, quiero hacerles una pregunta: ¿Cuántas mujeres negras que cambiaron el mundo conocen? Mmmmmmm… ¡Oh! ¿Nadie? No se preocupen, a veces eso pasa. Pero hoy estoy aquí para contarles una historia que romperá ese silencio. Verán, el mundo de la ciencia no tiene un solo rostro, ni un solo color. Todos, sin importar quiénes somos o de dónde venimos, tenemos el poder de hacer grandes descubrimientos.

¡Se les voy a mostrar! Pues esta historia es de Alice Ball, mi historia.
Yo nací el 24 de julio de 1892, hace mucho tiempo. ¡Pero mi historia sigue viva! Fui una química de los Estados Unidos y me encantaba mezclar cosas para descubrir cómo funcionaban. Primero, estudié química farmacéutica en la Universidad de Washington, pero luego, mi aventura me llevó a un lugar mágico: Hawái. Allí, en la Universidad de Hawái, logré algo muy especial. ¡Fui la primera persona afroamericana y la primera mujer en obtener un título de máster en esa universidad! Dos grandes logros que me llenaron de orgullo y abrieron puertas para muchos más.
Después de terminar mis estudios, la Universidad de Hawái me dio una gran oportunidad: ¡me contrataron como profesora de química! Y adivinen qué… ¡Otra vez fui la primera! La primera mujer y la primera afroamericana en tener ese puesto. Fue un momento muy especial para mí, pero lo mejor estaba por venir. Porque fue entonces cuando comencé a trabajar en un descubrimiento que cambiaría muchas vidas.
Mucho antes de que sucediera lo que les voy a contar, cuando los humanos comenzaron a vivir en grupos y formar grandes comunidades, algo inesperado comenzó a pasar: las enfermedades se convirtieron en protagonistas de la historia. A medida que las personas convivían juntas, los gérmenes y bacterias también se hacían más presentes, y esto cambió el rumbo de la humanidad.
Por ejemplo, a principios del siglo XX, lo que ustedes podrían llamar ‘mi época’, había una enfermedad llamada lepra. Esta enfermedad se estaba esparciendo como un malvado monstruo y causaba muchos problemas de salud para las personas. La única solución que encontraban era aislar a quienes la tenían, como si fueran personajes de una historia triste. Pero no se preocupen, porque detrás de cada problema hay siempre alguien valiente dispuesto a encontrar una solución, y esa es la parte emocionante de nuestra historia.
Esta enfermedad atacaba al cuerpo y podía dejar a sus víctimas terriblemente desfiguradas. Cuando alguien enfermaba de lepra, la policía llegaba y lo arrestaba, como si fuera un criminal. Los llevaban a unos lugares llamados ‘leproserías’, que eran sitios muy tristes, oscuros y tenebrosos. Allí, las personas no tenían muchas esperanzas, solo podían esperar, con miedo, la muerte.
Un día, conocí a un médico cirujano llamado Harry Hollmann. Él trabajaba en un hospital de Honolulu y cuidaba a muchos pacientes que sufrían de lepra. Harry quería ayudarlos, pero no sabía cómo. Un día, después de leer mi tesis, donde me había especializado en extraer principios activos de las plantas, vino a hablar conmigo. Me contó sobre algunos posibles tratamientos y me hizo una gran pregunta: ‘¿Crees que podríamos hacer algo para ayudar a estas personas?’.
Por eso, decidí comenzar a investigar más sobre la lepra, una enfermedad que ya en 1873 se sabía que era causada por una bacteria. Sin embargo, lo que no teníamos era una cura efectiva. Pero había algo interesante: desde hace siglos, en la medicina tradicional de India y China, usaban el aceite de un árbol llamado chaulmoogra para tratar enfermedades de la piel. Este árbol crece en Asia, y su aceite parecía tener algo especial.
Pero había un gran problema… ¡El aceite de chaulmoogra no funcionaba como esperaban! Era de color ámbar y, a temperatura ambiente, se volvía semisólido, como una pasta pegajosa. Además, su sabor era muy amargo y su olor… ¡Uf, realmente desagradable! Nadie quería tomarlo ni usarlo porque resultaba difícil de aplicar y casi imposible de soportar. Por eso en muchos casos los pacientes terminaban abandonando el tratamiento.
Pero, ¿por qué pasaba eso? ¿Por qué el tratamiento con el aceite de chaulmoogra no siempre funcionaba? Esas preguntas no me dejaban en paz. Me daban vueltas en la cabeza día y noche. ¡Tenía que haber una solución! Así que decidí que mi misión sería encontrar la manera de mejorar este aceite tan especial, con mi experiencia en química, y convertirlo en un tratamiento que realmente pudiera ayudar a las personas. Sabía que, si lograba resolver ese misterio, podríamos cambiar muchas vidas. ¡Y no me detendría hasta lograrlo!
Después de mucho trabajo y experimentos, ¡lo logré! Desarrollé un método para extraer lo más importante del aceite de chaulmoogra, los principios activos que podían ayudar. Con ellos, creé el primer remedio contra la lepra que se podía disolver en agua. Esto significaba que por primera vez se podía inyectar fácilmente, ¡y eso cambió todo! Aunque no era una cura definitiva, este tratamiento fue un gran alivio para las personas que sufrían de lepra. Finalmente, había una forma de ayudarlos, y fue el único tratamiento que funcionó por mucho tiempo.
Lamentablemente, mientras hacía mi investigación, respiré muchos gases tóxicos sin darme cuenta. En aquellos tiempos, no existían las cabinas especiales que ahora protegen a los científicos en los laboratorios. Poco a poco, esos gases afectaron mi salud de manera muy grave. En diciembre de 1916, cuando tenía solo 24 años, mi viaje terminó demasiado pronto. Fallecí antes de poder publicar mi gran descubrimiento. Aunque no pude ver el impacto de mi trabajo, sabía que había encontrado algo que cambiaría la vida de muchas personas, y ese legado continuaría después de mí.
De hecho, nunca tuve la oportunidad de aplicar las inyecciones a los pacientes ni ver por mí misma si mi descubrimiento funcionaba. Esa parte de la investigación la realizó Arthur Dean, el presidente de la Universidad de Hawái. Pero hay algo que es aún más sorprendente… ¡Publicó mi trabajo sin darme el crédito! Y lo peor de todo es que llamó a mi técnica el ‘Método Dean’, como si él la hubiera creado. A pesar de todo, mi descubrimiento ayudó a muchas personas, aunque durante mucho tiempo nadie supo que esa solución salió de mis manos.
Tuvieron que pasar muchas décadas para que la medicina finalmente reconociera mi contribución en la creación de la primera cura contra la lepra. Pero, ¡la espera valió la pena! En enero de 2007, la Junta de la Universidad de Hawái decidió honrar mi trabajo con el más alto galardón: la Medalla de la Distinción. Y no solo eso, también colocaron una hermosa placa junto al único árbol de chaulmoogra del campus, un homenaje a mi descubrimiento. Además, crearon la beca Alice Augusta Ball para estudiantes de la Universidad de Hawái que se graduaran en química, bioquímica y microbiología. ¡Finalmente, mi historia fue contada y mi legado vivirá para inspirar a futuras generaciones de científicos!
Y aún hoy, cada cuatro años, el 29 de febrero, Hawái celebra el Día de Alice Ball, honrando a la primera afroamericana y la primera mujer en graduarse de esa universidad. ¡Es un día muy especial lleno de alegría y reconocimiento! Además, mi nombre brilla en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, junto a grandes figuras como Florence Nightingale y Marie Curie. Ver mi nombre al lado de estas increíbles mujeres me llena de orgullo, porque sé que mi historia, aunque tardó en ser contada, ahora inspira a otros a soñar y a creer que ellos también pueden cambiar el mundo.
¿Recuerdan que al principio les hablé sobre el pasado y el futuro? Claro que sí. Pueden imaginarme viniendo del pasado y ahora contando mi historia en el futuro, pero también podemos pensar en algo aún más emocionante: que el único tiempo que realmente importa es el aquí y el ahora. En este momento, todos juntos, estamos creando un nuevo capítulo. ¡Cada palabra que escuchan y cada idea que comparten forman parte de esta maravillosa aventura! Así que, sigamos explorando, porque el futuro está lleno de posibilidades que solo esperan ser descubiertas.
Como pueden ver, estamos rodeados de historias de las que debemos aprender y que debemos seguir compartiendo. Esta, mi historia, es una de ellas, y quiero que la conozcan y que la sigan contando. Ahora, cuando les pregunten si conocen a una mujer científica negra, podrán responder con orgullo: ‘¡Sí! Se llama Alice Ball’ Al contar mi historia, juntos podemos romper estereotipos de raza y género y mostrar que hay referentes positivos en la diversidad étnico-racial. Todos merecemos ser reconocidos y celebrar nuestra riqueza y diversidad, porque cada historia, incluida la suya, tiene un valor único y especial que merece ser escuchado.
Y así, mientras cierro este capítulo de mi historia, quiero que sepan que cada uno de nosotros tiene el poder de hacer una diferencia. Mi nombre es Alice Ball, y aunque mi viaje estuvo lleno de desafíos, nunca dejé de creer en la posibilidad de cambiar vidas. Cada pequeño paso que di me acercó más a mi sueño de ayudar a quienes más lo necesitaban. Así que, cuando miren hacia el futuro, recuerden que el coraje, la curiosidad y la perseverancia pueden abrir puertas inimaginables. Siempre habrá nuevos horizontes por explorar, y cada uno de ustedes tiene una historia única que contar.
¡Sigan adelante, y nunca dejen de soñar!
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